1. Puede que a partir del 26 nos dejen salir a hacer deporte de forma individual, incluso pasear a gente mayor con medidas estrictas. O puede que sea un globo sonda. Lo que era banal, cotidiano, se ha convertido en objeto deseo, en excepción, en esperanza. Aunque el deseo más común -el deseo más viral, podemos decir- sería el haber pasado ya este virus sin saberlo, asintomático. Es como un sueño erótico que requeriría para confirmarse de un test rápido que, por cierto, dicen que se parece a un test de embarazo.
2. La última ampliación del plazo del confinamiento ha caído como un jarro de agua fría. La red se ha llenado de agravios comparativos. En otras partes no es lo mismo, se restriega. El domingo vino en el periódico una entrevista con Fernando Aramburu, que vive en Alemania, donde contaba que allí, aun con restricciones, se puede pasear y los niños no han dejado de salir. Dejar en la calle a los niños busca una inmunización masiva, explica. Todo lo que contaba sonaba más lógico, más ponderado, menos riguroso. Mas eficaz también, por cierto. Somos el país con las restricciones más duras, y tengo la sensación no es tanto por el estado de cosas, sino por la inveterada falta de confianza en nuestra responsabilidad. "A estos no se le puede dejar solos", es la convicción aquí de cualquier gobernante. Nada propicia más seguir siendo niño que te traten como tal.
3. En una entrevista en La Vanguardia -esa Contra de la Vanguardia es una mina- Antoni Costa dice que el riesgo que se quiere evitar cerrando los colegios no compensa el daño que causa. Se refiere también a los niños que comen -o comían- en el colegio y que ya no lo hacen. El cierre de los colegios y el asunto del saldo en la promoción de curso merecerían más atención. Nada perjudica más a los niños de procedencia humilde, sin facilidad para los recursos culturales, que la relajación en la exigencia de la Escuela. Si no lo aprenden allí, es probable que ya no lo aprendan. Esta es una idea en la que insiste Luri, y que resulta impecable.
4. He visto una manifestación de ayer mismo contra Netanyahu, en Israel. Mucha gente se ha reunido mostrando pancartas, y todos iba a dos metros de distancia unos de otros, ordenada y responsablemente. De nuevo la sensación de que aquí somos de segunda división.
5. Comienza un run-run de gente que se alarma con las medias del decreto del “Estado de Alarma” que nos metió a todos en casa y que da lugar a sanciones por dar la vuelta a la manzana, que no deja abrir negocios, aunque uno se arruine, que impide las visitas y prácticamente enterrar a los muertos. Jamás se habían limitado los derechos de esta manera, ni podía sospecharse una aceptación tan acrítica. Puede estar muy justificado por motivos sanitarios -aunque sería exigible acompañarlo de otras medidas- pero no deja de ser un ensayo de lo que pueden hacer con nosotros. La sensación es que la próxima restricción no les va a costar nada. Que somos como ovejas. De hecho, triunfan los videos de pastores en la red. Hace poco la izquierda se echaba las manos a la cabeza ante la ley mordaza, que hoy parece un juego de niños.
6. Un general de uniforme, que sale todos los días con los demás portavoces del gobierno en esta crisis, ha dicho que una de las labores es monitorizar los mensajes es de la red para neutralizar las críticas al gobierno. Eso de combatir la crítica sonó mal, y más dicho con un uniforme, por cierto, y se apresuraron las matizaciones y desmentidos, en especial la alegación de que se trataba de un lapsus. Como si el lapsus fuera un mero error, y no una manera que tiene la verdad de comparecer por encima de la voluntad del sujeto, a pesar de él, podemos decir. El lapsus nos trae el regalo de la sinceridad ocultada, como el micrófono que se creía cerrado. El lapsus desnuda a quien los ha dicho, como si se quitara el uniforme.
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