domingo, marzo 15, 2020

Diario de un confinamiento I. 15 de marzo.

Amanece -que no es poco- un magnífico día se primavera. Las yemas de las ramas, en el parque, despuntan en los árboles. Pero no es día para la lírica. Desde ayer está prohibido pasear en España. Solo se puede salir a la calle para ir al trabajo -difícil hoy domingo- o para las compras de primera necesidad. También para pasear al perro, pero no tengo. Se le escapó ayer al presidente Sánchez, que compareció envarado en la tele, con mala cara tras muchas horas de Consejo de ministros. Desde la mañana el país esperaba la decisión, los medios habían adelantadya el contenido del decreto en que se acordaba la situación de alarma, se esperaba el confinamiento. Como en una novela de ciencia ficción, la vida se iba a detener.
En realidad, las medidas se habían ido tomando los días anteriores en autonomías y ayuntamientos: suspensión de colegios, vuelos cancelados, llamadas al aislamiento y a no salir a la calle, cierre de locales y comercios, suspensión de todos los eventos, espectáculos, congresos, fiestas -incluidas las fallas, con su ninots de colores abandonados en plena calle- incluso bodas y funerales al mínimo, y el ruego de no acudir a los hospitales sin motivo grave. Desde la manifestación feminista de hace una semana -parecen meses- las cosas se han precipitado, como si desde que se recogieron las pancartas se acabara la diversión. Como otras veces, hemos sido italianos, pero más tarde y más burdos.
 Ese sábado, ayer mismo, los turistas despistados paseaban por la ramblas, los madrileños aparcaban a duras penas en la sierra, pero el consejo de ministros no terminaba. Se decía que había una pugna con Iglesias -sorprendentemente reunido con el resto de ministros, pese a estar en cuarentena- y el decreto se hacía esperar. Era un sábado extraño. Un lapso en tierra de nadie. Fui a pasear muy pronto. Todo estaba verde, amarillo, azul, lleno de flores silvestres. Por el cielo, viniendo de la balsa de Iza, pasó una garza real y luego su pareja, sobrevolándome con suficiencia. Por la carretera que va hasta Zuasti la gente paseaba, los niños iban en bici. Un padre con dos niñas volaba una cometa. Parecía el recreo antes de comenzar el encierro.
Por fin, a las 9 de la noche, salió el presidente para anunciar las medias, y confirmar que se terminaba con la libertad de movimientos -una de las libertades más esenciales, quizás la más básica- salvo casos muy concretos, a los que añadió por su cuenta, en una extensión analógica, a modo de ejemplo, que sí, que se podía salir a pasear tranquilamente el perro. Es decir, en España está prohibido pasear, salvo que se tenga perro. Poco después, a las 10, salimos a la ventana a aplaudir a los sanitarios, siguiendo la cita que había circulado por la redes. Fue un momento de emoción. De tomar conciencia de que estábamos asilados, solos, y que ahora es  más necesario que nunca hacer cosas que nos reúnan, que nos conviertan en un nosotros.

Ya muy de mañana, este domingo,  he oído desde la cama los rápidos pasos de un corredor. Más tarde, con las ventanas abiertas, he visto el goteo de gente que iba a la panadería o por el periódico.  He sentido que era una mañana espléndida desperdiciada, como si el sol debiera pensárselo mejor y esperar a otro día. Como una ofensa del clima. Sobre la hierba se veían los retorcidos dibujos que hacían las sombras de las ramas de los árboles. De pronto he escuchado gritos en el parque. Un equipo de televisión había acercado el micrófono a uno de los pocos transeúntes y este les ha dicho que se fueran tomar por el culo, que respetasen la distancia de seguridad, que no le acercaran la alcachofa llena, ha dicho, de baba. He recordado la vista al supermercados ayer, donde se respiraba una extraña tensión, colas desde la mañana, y dentro una agresividad contenida que podía saltar en cualquier momento, en cuanto alguien no respetara su turno en la cola. “Oiga, que estamos trabajando”, ha protestado el de la tele. “Pues vaya mierda de trabajo", ha contestado el otro, airado. Se han cruzado luego insultos. “Gilipollas” ha mascullado el hombre al irse.  Los de la tele han recogido en silencio las cosas en un coche y se han marchado.

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