domingo, marzo 22, 2020

Diario de un confinamiento VIII.

Cerezos en Tokyo.
Un agricultor de Nazar, en la Berrueza, un lugar de Navarra algo remoto,  ha grabado un pequeño video en el que se ven detrás los cerezos en flor, y explica que estos días los agricultores también han de ir a cuidar los campos y atender al ganado para que podamos tener verduras, frutas, carne. Ver los cerezos en flor me ha conmovido. En muchas partes, como en Japón, esta explosión de blanco, este vestirse los árboles de flores, esta lujuria, es una gran fiesta, un espectáculo que visitan los niños y luego pintan en sus cuadernos con su cuidada caligrafía. Al ver los cerezos he sentido que el mundo sigue, que la naturaleza no para -tal vez descanse estos días un poco más sin nosotros- que los ciclos se repiten: el día y la noche, las estaciones, la llegada de los pájaros, la floración, y ha sido una sensación dulce, ligeramente triste, como el toque amargo que deja una achicoria, pues todo sigue y todo pasa la vez, sin remedio. Vaya novedad. Algo parecido, recuerdo, a lo que hablé ayer con R. por el móvil. Teníamos pendiente hace tiempo una excursión, no fuimos capaces de ponerle fecha, pero ahora no puede ser. Entonces, hemos imaginado con envidia como estarán estos días los montes, el pirineo en el que queda mucha nieve y donde no se verá un alma;  esos parajes que comienzan ahora a despertar con la nueva estación, muchos animales saliendo de sus guaridas, los sarrios extrañados, yendo de aquí para allá sin ver un ser humano. Luego he recordado también con mi hermano -ha sido una mañana de domingo de llamadas- la excursión del verano pasado, cuando fuimos desde el refugio de Lizara hasta Candanchú, un día de mucho calor, y al final, descendiendo desde el último collado por un lugar pedregoso, desértico, agostado, vimos en  la Rinconada a unos Sarrios contemplándonos, ariscos como siempre,  antes de escapar. 

He visto un video grabado ayer en que se ve a un corzo corriendo a sus anchas, solitario, en una playa vizcaína, Laga, saltando sobre las olas y embistiendo al aire. Es como si hubiera aprovechado nuestra ausencia para hacerse el amo. Parecía  una especie de revancha. Luego he recordado el final de El planeta de los simios, en que vemos el largo travelling de la playa vacía, sin presencia humana y la cúspide de la estatua de la libertad torcida sobre la arena.

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