martes, marzo 17, 2020

Diario de un confinamiento III.

Volcan Popocatepetl. Mexico.
Como he tenido tanto tiempo he terminado un relato que se llama “Una novela mexicana” que cuenta más o menos un viaje de hace muchos años a México. Tener tanto tiempo para escribir es una prueba de fuego. Uno siempre se dice: si tuviera más tiempo, si pudiera…Ahora el tiempo sobra, pero yo siento una extraña inquietud. Como la de alguien que tiene un festín delante y no sabe por dónde empezar.  Escribir requiere buscar la ocasión; todo el tiempo disponible disuade. El día transcurre con un ritmo extraño, como si se desparramase como un reloj de Dalí. Mientras escribo suena constantemente el pitido del móvil, a donde llega la lluvia fina de los mensajes que no cesan.  En el viaje iba con dos chicas que a partir de un momento me hicieron el vacío. Volamos al Yucatán y luego a Chiapas. Cuando he escrito el final me he trasladado a Oaxaca y después he viajado en autobús nocturno a México DF. Cuando he abierto el ojo, tras la ventanilla se veía el Popocatépetl medio velado por la niebla y bajo el sol dela amanecer. Mientras lo escribía me ha venido a la cabeza la imagen el Monte Fuji, en Japón, y me he acordado de un cuento en que una pareja muy triste se consuela mirando al gran monte. Luego me he acordado de “El marinero que perdió la gracia del mar”, la novela de Mishima, sobre todo de la imagen del niño espiando a su madre por el hueco del armario. Cuando uno lleva un tiempo encerrado la mente busca extrañas conexiones, abandona el camino trillado. Tal vez un confinamiento sea una vía espiritual.  Me he levantado de la silla y tras la ventana lo que se veía era algún transeúnte solitario empujando el carrito de la compra. Como he terminado el cuento de México he sentido que merecía un premio, pero no había nada que hacer, así que he optado por hacer un poco de gimnasia -no tanta como el otro día, que me dejó molido- y enseguida había que salir a la ventana a aplaudir. 

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