Ilustración del Quijote. Gustavo Doré |
-Yo, señor Don Quijote -respondió el hidalgo- tengo un hijo que de no tenerlo, quizás me juzgaría por más dichoso de lo que soy, y no porque sea malo, sino porque no es tan bueno como yo quisiera. Parece que este hidalgo, como cualquier padre, esperaba algo distinto de su hijo. No es como él quisiera. No lleva bien la afición que tiene a la poesía, le gustaría que se dedicara a otra cosa. Siempre queremos que los hijos cumplan lo que nosotros no hemos podido, y eso es una carga que no les podemos imponer. Los vemos encaminarse a un lado y otro y sabemos, sí, con la cabeza, que debemos soltarnos, pero hasta que no los soltemos del todo no nos soltaremos nosotros de nuestro engaño.
Los hijos, señor -replicó don Quijote-, son pedazos de las entrañas de sus padres, y así se han de querer, sean buenos o malos, como se quieren las almas que nos dan vida, he seguido leyendo. Quijano, como es sabido, siendo loco, es un claro ejemplo de buen sentido. Es un loco entreverado, dice Trapiello, de quien es esta versión del Quijote que he leído, por cierto, pues hizo la quijotada de ponerlo al día, de adecuarlo al habla actual, sin traicionarlo. Trapiello tiene además una biografía emocionante de Cervantes, que es un personaje del que no se sabe mucho, lleno de zonas oscuras. Un hombre con una vida dura, que no conoció el éxito. Perdió una mano en una batalla, fue preso en Argel, recaudó impuestos, estuvo en la trena, vivió rodeado de mujeres, -las cervantas, se les llamaba-, y ya mayor y desengañado escribió este Quijote que ya le deparó cierta fama, aunque entonces, y durante muchos años, se lo tuvo por un libro cómico y a su autor, desde luego, con menos de la mitad de talento que Lope.
Puede que el Quijote sea como su autor, una mezcla de perfecto e imperfecto, de cimas y oscuridades, pero ambos han pasado a la posteridad. Algo que seguramente no esperaba el propio Cervantes cuando, viéndose en las últimas, aun tuvo ganas de tomar la pluma y escribir aquello de que el tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan y con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir. Era solo seguir en la vida, trajese lo que trajese lo que le impulsaba. Tal vez viera en esos momentos finales a su Quijote como un padre ve a un hijo: un pedazo de sus entrañas, algo muy querido, aunque no fuera tan bueno como quisiera, sin caer en cuenta de que era mejor de lo que él mismo sospechaba.
2 comentarios:
Leo con gusto y provecho tu entrada, Pedro. Y me alegra que hayas elegido la versión de Andrés Trapiello, que me parece un muy logrado esfuerzo de clarificación del Quijote, un libro que, pasado por Trapiello, sigue siendo el mismo pero que a los lectores que ni son filólogos ni están familiarizados con el español de comienzos del siglo XVII les facilita su disfrute y entera comprensión.
Sí, yo creo que Trapiello hizo un buen trabajo "al pasar" como dice él "el Quijote de su castellano original al nuestro." Ha sido una buena tarde de confinameinto jugar con este texto y mi hijo. Gracias Ricardo por estra ahí.
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